Los buenos inmigrantes en Estados Unidos

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Si no fuera por los inmigrantes, las calles de las mayores metrópolis de este país se irían quedando desiertas. Este es el resultado de un análisis de las cifras del Censo divulgado la semana pasada por la revista digital Quartz, en la que se demuestra que el flujo de los llamados inmigrantes internacionales evita que urbes como Los Ángeles, Nueva York o Miami pierdan población.

En estas tres ciudades, y particularmente en las dos primeras, hay un auténtico éxito de residentes nacidos en Estados Unidos. En el caso de la Gran Manzana, más de 100,000 estadounidenses autóctonos la dejaron para mudarse a otras partes del país en 2013. Esta pérdida de población podría hacer pensar que la mayor metrópolis del país está en decadencia, como sucede con Detroit. Sin embargo, cualquiera que se pasee por las calles neoyorquinas podrá darse cuenta de que están tan atestadas como siempre y su motor económico sigue al rojo vivo. La razón es que por cada residente nativo que se va, llega un inmigrante que toma su lugar.

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Ello permite que Nueva York, al igual que Los Ángeles Miami, tenga un saldo migratorio positivo: es decir,la resta entre los que llegan y se van sale positiva gracias a los inmigrantes. En contraste, ciudades como Chicago y, en menor medida, Filadelfia, el saldo migratorio es negativo porque los inmigrantes que llegan no son suficientes para compensar la partida de los residentes nacidos en Estados Unidos.

Puestos en el tema de los efectos de la inmigración, llama la atención un artículo publicado el domingo en la sección de opinión del The New York Times en el que se afirma que si uno viene de fuera y luego adquiere la ciudadanía estadounidense, tiene más probabilidades de tener mayor nivel de ingresos, de estudios, de casarse y menos de divorciarse, quedar desempleado y caer en la pobreza que un estadounidense de nacimiento, particularmente en el llamado heartland o zona central del país.

Según datos del Censo, por cada dólar que gana un inmigrante naturalizado, un ciudadano de nacimiento gana 84 centavos en los 10 estados más pobres y 97 en los más ricos. Lo mismo sucede en materia de educación, empleo y estabilidad matrimonial.

El autor del artículo, el periodista Anand Giridharadas, explica que se encontró con esos datos durante la investigación de un libro acerca de un caso en el que un industrioso inmigrante musulmán de Bangladesh fue gravemente heridos en Dallas por un hombre blanco nacido en Estados Unidos que quería “vengarse” por los atentados del 9-11.

Lo llamativo es que cuando la víctima empezó a conocer a su agresor, llamado Mark Stroman, y el entorno del que provenía, acabó perdonándolo y abogando en su favor para evitar su ejecución. Ese entorno era de una clase trabajadora empobrecida, sin estudios, con débiles vínculos familiares o sociales, que se encuentra perdida en esta nueva era de globalización, carente del empuje de los recién llegados para superar las enormes barreras que separan a los menos afortunados de alcanzar la clase media.

Aunque Giridharadas no entra en ese terreno, no es difícil deducir que ese poso de frustración y desilusión en el heartland o la América profunda alimenta buena parte del rechazo visceral hacia los que vienen de fuera que, ya en el terreno político, sigue impidiendo una reforma migratoria que desde otros sectores más pudientes o educados del país se considera ineludible.  por Miguel Rodríguez-Fabre (OFFTHERECORD)