Rafael Nadal gana ante David Ferrer su octavo Roland Garros

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El tenista mallorquín derrota a David Ferrer de manera incontestable en la gran final y logra su octavo título de Roland Garros (6-3, 6-2 y 6-3)  Rafael Nadal se ha convertido en leyenda del tenis mundial tras conquistar su octavo título de Roland Garros, algo que nadie había logrado antes, al derrotar en la final al alicantino David Ferrer en tres sets (6-3, 6-2 y 6-3).

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El balear no dio opciones a su rival y cumplió con el papel de favorito que ostentaba en una gran final. Ferrer vendió cara su derrota, pero ante él estaba un tenista excelso, rebosante de confianza y con la ambición de ser único.

Nadal buscaba la eternidad en su octava final en Roland Garros, esa que contempla a los dioses de este deporte, y la alcanzó de manera formidable. Este título le convierte en el primer jugador de la historia en conquistar tantas veces un mismo Grand Slam. El duodécimo grande de su carrera le sitúa en la tercera posición en un ránking sólo apto para mitos, por detrás de Roger Federer (17) y Pete Sampras (14).

Ferrer perseguía la gloria que sin duda ha merecido durante años. Después de disputar 42 Grand Slams alcanzó la tan deseada final con intención de no desaprovechar la oportunidad de su vida. Sin embargo, París no le concedió su sueño. La victoria fue una tarea imposible, inverosímil para cualquier mortal si delante está el mejor tenista que ha comtemplado la ciudad de las luces.

Fueron tres sets llenos de pasión e intensidad, de un tenis repleto de alternativas, en el que ambos dejaron sobre la arcilla sus mejores virtudes. Nadal ejerció de campeón y fue un ciclón para superar a su rival con una suficiencia pasmosa. El de Jávea fue todo pundonor para intentar alargar el encuentro, más disputado de lo que indica el resultado, lo máximo posible.

Nadal había estado seis horas más sobre la arcilla parisina antes de la final. Un factor que ante otro rival no hubiese sido determinante, pero que se adivinaba trascendente ante David Ferrer. Sin embargo, el alicantino no pudo superar la barrera psicológica que supone medirse a su bestia negra y claudicó de manera honrosa, pero meridianamente clara.

No hubo antagonistas en la final, sino protagonistas de una tarde mágica para el tenis español. Dos estilos similares, de lucha y brega en cada envite, de pasión en el golpeo de cada pelota, de carreras imposibles en busca de bolas inalcanzables para el común de los mortales. Ferrer y Nadal son tan parecidos en su tenis que durante el primer set parecían leerse la mente de manera continua para anticiparse a los golpes del rival.

Como se esperaba, el saque fue el golpe menos decisivo del encuentro. Ambos fueron incapaces de ganar su servicio con suficiencia durante la primera manga. Las hostilidades comenzaron en el tercer juego, cuando Nadal asestó el primer golpe y rompió el servicio del alicantino. Ferrer le devolvió la moneda y lo igualó gracias a su concentración y su mentalidad ganadora.

Sin embargo, cuando delante está el mejor jugador de la historia en tierra batida no existen momentos para la relajación. El de Manacor volvería a romper el servicio de Ferrer en el séptimo y psicológico juego. El de Jávea empezó a sentirse incómodo en la pista, perdió la concentración y comenzó a tomar malas decisiones. Cuando quiso darse cuenta las bolas de Nadal rodaban más rápido que las suyas, imparables hasta alcanzar otro ‘break’ en el noveno juego, y con ello el primer set.

Tres roturas en contra en la primera manga deberían haber encogido el brazo de Ferrer. Pero el espíritu indomable del aspirante nunca desapareció. Incluso cuando su tenis no le acompañó, intentó igualar el encuentro por bravura y perseverancia. Cerca estuvo de romper el servicio de Nadal en varias ocasiones del segundo set, pero no lo lograría. Sólo aprovecharía tres bolas de las once de que dispondría para romper al mallorquín en todo el encuentro.

Para entonces Nadal ya había puesto la velocidad de crucero. Con la confianza que le daba haber derrotado a su contrincante en 19 ocasiones antes de este encuentro, el balear empezó a volar sobre la pista. Con su derecha era capaz de dominar cada punto a su antojo. Sin dar una sola opción a Ferrer, que no encontraba huecos en la solidez del dominador de la tierra.
Cada punto era una cuesta cada vez más empinada para Ferrer, que vio como en un suspiro se le escapaba también el segundo set. Pero con ello no se fueron sus esperanzas ni sus ilusiones. El alicantino nunca se rindió. Pese a encajar un resultado casi escandaloso siempre estuvo a la altura de la final. En la última manga llegó incluso a elevar su nivel tenístico para intentar romper la lógica. A pesar de su brega, el servicio de Nadal permanecería intacto.

Sesenta partidos después de que debutase en 2005, Rafael Nadal iba a lograr su victoria número 59 en Roland Garros. Un récord insuperable, un registro sólo al alcance de alguien que ya es leyenda del tenis mundial. Ocho títulos en París, de momento, contemplan a un deportista que después de estar ocho meses lesionado ha vuelto a alcanzar la cúspide del deporte mundial, lo cual concede si cabe más valor a una victoria que ya de por sí no tiene parangón. (LAVANGUARDIA)